VIII
Hay cosas que deseo
rabiosamente,
tocarte, sobre todo,
llegar cansado a casa
y encontrarme la paz de tu cintura
y el trabajo de amarte;
cavar la mina
incierta de tu cuerpo
en busca de ese yo que te prometes
un día y otro más,
y por eso me echabas a la calle
sin yo, sin nada mío,
con un beso, sí,
pero tan tuyo y corto
que cuando le pedí que me defienda
solo pudo quebrarse.
Me echo tanto de menos
que por hallarme busco
mi sombra en el asombro de tu vientre;
todas las noches
−y esto es algo que ignoras−
cuando cierras los ojos
yo aproximo las manos,
está dormida, pienso,
me animo, está dormida
por eso no me siente,
y sin embargo
antes sí me sentía
y despertaba loca de mis besos,
y dejaba al pasar
por mis caderas un olor a azufre
y llamarada.
Ya ni siquiera advierte
cuando la beso y toco
y la acaricio y baño
en lágrimas de tierra,
entonces me odio y quiero
golpearme hasta que sangren
mis manos de fantasma.
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